Saliste de la conferencia con cara de desánimo. Fuiste hasta una de las mesas repletas de canapés y copas de champagne y, tras pensártelo unos segundos, probaste un mini-bocadillo de lechuga, mayonesa y gambas. Yo te miraba desde unos diez metros a tu espalda, y prefería esperar a que fueras tú quien me viera, al fin y al cabo no me habías esperado para salir juntos del auditorio. Me distraía dando mordiscos a las tartaletas de distintos sabores de una bandeja y volviendo a dejarlas en su sitio. Un fotógrafo se acercó a ti mientras vertías en la copa parte de una lata de refresco. Intercambiasteis un par de frases corteses y después te sacó frente al bufet la fotografía que todos los medios publicaron el día después de morirte, varios años después. El cóctel no duró mucho, tú no tenías ganas de hablar con la gente y yo estaba deseando llegar a casa, así que salimos a la calle y paramos al primer taxi que pasó. Durante el camino mejoró el humor de los dos, viendo pasar las calles casi desiertas a esas horas. Al llegar hicimos el amor en el salón. Después nos fuimos a dormir.