Ayer estaba con la frente apoyada en la ventana de la cocina mirando hacia fuera. Serían más o menos las diez de la noche cuando vi como el suelo de la calle se iluminaba y en la acera se dibujaba la sombra de los barrotes de una puerta. Alguien había encendido la luz del portal, y yo seguí indiferente esperando ver salir a cualquier vecino. Pero no fue ninguna figura humana a la que vi huir desde mi casa, sino a mi buzón de correos, que desapareció enseguida al final de la larga fila de coches aparcados. Esta mañana ha sido la más tranquila de los últimos meses.
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