sábado, abril 21, 2007

En aquellas noches el nuestro era un humor especial, alegre pero un poco expectante, como si dentro del cráneo sintiéramos, en lugar del cerebro, un pez que flotara atraído por la Luna. La mujer del capitán tocaba el arpa; tenía unos brazos larguísimos, plateados aquellas noches como anguilas, y axilas oscuras y misteriosas como erizos marinos; y el sonido del arpa era dulce y agudo, tan dulce y agudo que casi no se podía soportar, y teníamos que lanzar largos gritos, no tanto para acompañar la música como para protegernos el oído.

(Italo Calvino. Cosmicómicas)